“Ella J. Seligmann”, 1913. Uno de los mejores ejemplos del llamado retrato mundano internacional con el que Sorolla triunfó entre las élites.
El retrato de la segunda esposa de Seligmann, gran aficionada a la música, resulta muy atrevido y moderno desde diferentes puntos de vista. En primer lugar por la pose elegida de tres cuartos y erguida con la mirada perdida, como si en un palco de la ópera se encontrase. Esta elocuente pose queda subrayada por el asiento que ocupa, guiño a la profesión de su marido, un modelo gótico con tracería en el alto respaldo. En segundo lugar, la obra destaca por su sensualidad.
Ella porta un sobrio vestido largo de seda negro, que deja al descubierto con desenfado su hombro derecho, que destaca en contraste con la larga estola blanca que recorre la figura. Ambas piezas, de refinada elegancia, condensan toda la fuerza cromática de la obra, sin necesidad de incluir joyas que resalten su belleza. Por último, Sorolla hace gala del pleno dominio de su estilo al convertir aquí en protagonista a la luz natural, que entra gradualmente desde la izquierda, e irradia sobre su pálida tez que destaca enormemente sobre el fondo desdibujado.
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