sábado, 12 de junio de 2021

¡Aún dicen que el pescado es caro!

 

Este emblemático cuadro, sin duda el más famoso entre todos los pintados por Sorolla durante su juventud con argumento social, es también ejemplo fundamental de la inmersión del artista en este género, entonces de plena vigencia en los ambientes artísticos oficiales madrileños, en los que Sorolla se propuso lograr sus primeros reconocimientos públicos. Además, es seguramente el más sentido de todos ellos en la hondura de su significado, por representar un asunto tan sensible a las vivencias de las gentes de su tierra natal, logrando con él una de las escenas más emocionantes de la pintura española del realismo social de fin de siglo.

Tras el éxito obtenido en 1892 con ¡¡Otra Margarita!!, Sorolla revalidó de nuevo con esta pintura otra primera medalla en la Exposición Nacional de 1895, donde fue presentada por el artista junto con otros trece cuadros, en su mayoría retratos. Muestra el interior de la bodega de una barca de pesca, en la que un joven marinero, apenas un muchacho, yace tendido en el suelo tras sufrir un accidente durante la faena. Con el torso desnudo, del que pende una medalla, amuleto devoto de protección de los pescadores contra las desgracias, el joven es atendido cuidadosamente de sus heridas por dos viejos compañeros de labor, con el semblante serio y concentrado. Uno de ellos le sujeta por los hombros, mientras el otro, cubierto por una barretina, le aplica una compresa en la herida, que acaba de mojar en el perol de agua que se ve en el primer término.

Alrededor de los tres marineros pueden verse diversos aperos y, al fondo, un montón de pescados, apresados durante la accidentada jornada. Sujeta aún a los rigores formales del naturalismo más estricto presente en las obras juveniles del artista de semejante naturaleza e intención, atentas todavía a un dibujo firme y descriptivo, especialmente definido en las figuras y tan sólo algo más libre en el entorno escénico que les rodea, Sorolla logra no obstante en esta pintura una especial armonía de conjunto en la interpretación de su asunto, en una composición de gran equilibrio y un audaz planteamiento espacial, integrándose ya en ella con perfecta normalidad algunas de las conquistas del innovador lenguaje plástico de su obra posterior.

En efecto, lo primero que despierta la emoción del espectador es la entereza callada y contenida de los viejos hombres de mar cuidando el frágil y desvalido cuerpo del muchacho herido, interpretado casi con la solemnidad dramática de una piedad profana, envuelta en una gravedad noble y viril que sólo Sorolla supo calar en el alma de los pescadores de su tierra.

Por otra parte, la captación de la luz que penetra por la escotilla de la barca y baña en una clara penumbra su bodega y los enseres que en ella se guardan muestra las conquistas de Sorolla ya en estos años respecto a sus obras anteriores de este género en el manejo de los recursos lumínicos. Además, la audacia de su encuadre moderno, que desplaza acusadamente la perspectiva de la bodega hacia un lado para subrayar la sensación espacial del entorno en que se desarrolla la escena, deja ver la escalera por la que han descendido el cuerpo del joven pescador herido, dando así mayor profundidad a la composición, que se cierra con los reflejos plateados de los pescados amontonados al fondo.

El dramatismo sereno y hondamente sentido con que Sorolla interpreta este argumento de pescadores contrasta con otras pinturas importantes del artista con semejantes protagonistas y escenario, como la titulada Comiendo en la barca, pintada cuatro años después, de proporciones muy semejantes aunque, sin embargo, de planteamiento radicalmente opuesto, volcado ya el artista en el costumbrismo naturalista que será tan característico de sus escenas marineras

(Texto extractado de Díez, J. L.: Joaquín SorollaMuseo Nacional del Prado, 2009, pp. 230-232).

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