Si Sorolla era un gran amante de los jardines, más lo fue aún su mujer Clotilde, la cual se encargaba del cuidado de los mismos cuando el artista se ausentaba. Las flores se convirtieron en una pasión compartida por ambos, un elemento simbólico que incluso Sorolla incluía en sus famosas cartas a Clotilde, pues era común que dentro de las mismas incorporara flores.
Podemos ser testigos de esta importancia en obras como El rosal amarillo de la Casa Sorolla (1918-1919). Sin embargo, la obra más destacada es Clotilde en el jardín (1919- 1920), donde destaca el color blanco del vestido de Clotilde, sobre el color rosado de los alhelíes. Y es que si su mujer fue su gran musa, sus jardines fueron su gran afición además del arte, por lo que el artista no dudó en aunar todo ello para crear una prolífica obra que le identificó como un artista total, y todo ello está a nuestra disposición, tan solo debemos cruzar el umbral de su casa, el Museo Sorolla.
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