Joaquín Sorolla visita por primera vez Jávea en 1896 y su sorpresa por lo bello del lugar y por lo diferente que es su costa respecto a la de Valencia queda patente en el telegrama que envía a su mujer al llegar, y en la carta que a continuación le escribe: «Jávea sublime, inmensa, lo mejor que conozco para pintar… estaré algunos días. Si estuvieras tu, dos meses». Y «Esto, Xabia, tiene todo lo que yo deseo y más, y si tu vieras lo que tengo delante de mi casita, no encontrarías palabras para enaltecerlo; yo enmudezco de la emoción que aún me domina; imagínate que mi casa está situada en el mismo Monte Carlo; esto es todo una locura de sueño, el mismo efecto que si viviera dentro del mar, a bordo de un gran buque ¡¡Qué mal hiciste en no venir!!, serías tan feliz… ¡gozarías tanto! […] este es el sitio que soñé siempre, Mar y Montaña, pero ¡qué mar!». Regresa para pintar en 1898, 1900 y 1905.
Este hermoso cuadro, Rocas de Jávea y el bote blanco, procede del último año que pinta en Jávea; verano que añora el resto de sus días y al que tan a menudo hace referencia en las cartas a su mujer, pues fueron días felices y de grandes logros artísticos.
En 1905 Sorolla prepara su primera gran exposición individual, que se celebra el año siguiente en París, y a la que desea llevar obra nueva. Él, que conoce bien por sus estancias anteriores la novedad que el colorido y la transparencia de las aguas de Jávea pueden ofrecer a sus obras, decide pasar allí, con su familia, un largo verano pintando. Fascinado por los reflejos de la luz y sin frenarse ante «el aún más difícil», salen de sus pinceles ese verano numerosas obras en las que la técnica y destreza pictóricas alcanzan cotas difíciles de superar. Del momento y las obras escribe Bernardino de Pantorba: «En los espléndidos estudios del mar de Jávea, […] Sorolla, sin aumentar los colores de su paleta, que, como en todos los verdaderos coloristas, son pocos, extiende y multiplica el número de los matices, así como el número de los contrastes audaces, y logra preciosos acordes con azules y amarillos, violetas y cadmios, verdes y rojos, sin olvidar las riquísimas modulaciones del blanco, color en cuyo empleo sabe dar él notas personales. No se detiene ante ninguno de los problemas que la deslumbradora claridad levantina le ofrece. Reflejos dorados de las rocas en las aguas transparentes, espumas de mar en la sombra, cabrilleos del sol sobre las ondas movidas […]; lo momentáneo de una irisación; lo que eternamente cambia; lo que brilla, fugaz y huye».
Ese verano de 1905 pinta dieciséis obras importantes con el tema de «mar y rocas». Son similares a la obra aquí presentada: Rocas del cabo. Jávea (Nueva York, The Hispanic Society of America), Las rocas del cabo. Jávea (Bayona, Musée Bonnat), Reflejos del cabo. Jávea (colección particular), y El bote blanco. Jávea (colección particular). Este último es muy parecido a Rocas de Jávea y el bote blanco , sólo que el ángulo desde el que esta pintado impide que aparezca el potente fragmento de costa de las estribaciones del cabo de San Antonio.
Siendo todas ellas de gran calidad, Rocas de Jávea y el bote blanco es la obra más acertada de composición y de más delicada gama cromática.
Blanca Pons-Sorolla
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