Un cuadro confuso en cuanto a su audaz composición, con un punto de vista explícitamente elevado, y sin líneas de horizonte que nos dejen hacernos una idea de donde está jugando este chaval, tan descentrado en el lienzo.
El niño está jugando en la orilla de una playa, obviamente. Para ser exactos en el arenal valenciano de El Cabañal, a donde solía acudir el pintor tras su exitosa estancia en los Estados Unidos para disfrutar de ese sol violento
del Mediterráneo.
El escritor Vicente Blasco Ibáñez, que lo veía todo el día pintando en la playa con su sombrero de paja lo veía como un valeroso soldado de la pintura que, como si fuera una salamandra, se pasa el día entero entre la arena que vomita llamas.
Sorollla pintaba a niños jugando y el agua del mar cubriendo la mayor parte del lienzo, llenando la composición. Pero sobre todo pintaba la luz. Esa sí que lo cubre todo con una intensidad extraordinaria, ya sea directa sobre la piel mojada del niño desnudo o sobre esos hermosos y fugitivos reflejos en el agua creados con dinámicas pinceladas. Y así consigue este artista pintar algo tan difícil como es el movimiento del mar.
El cuadro transmite además la inocencia y felicidad de un niño jugando despreocupado con su barquito de vela, la reproducción en miniatura de un balandro, quizás un autorretrato del artista jugando con sus tubos de pintura y sus lienzos.
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