martes, 29 de enero de 2019

Ex voto


«El cuadro muestra el interior del Pouet de Sant Vicent ( el pocito de San Vicente ) uno de los lugares de devoción religiosa más populares de Valencia, situado en la casa natalicia de san Vicente Ferrer, patrón de la ciudad, a donde era costumbre acudir para ofrecer a los recién nacidos bajo la protección del santo y asegurar su salud, en unos años en que la mortalidad infantil era particularmente alta, sobre todo, en las familias de más humilde condición. Además, en la creencia popular, se daba de beber a los pequeños el agua que manaba del pozo de la casa en un ancha pila con cuatro grifos, de cada uno de los cuales se les hacía tomar un sorbo con una rogativa diferente para que comenzaran a hablar pronto.

Así Sorolla recrea en su cuadro el interior de esta pequeña capilla, en la que puede verse todavía esparcidos por el suelo pétalos de rosa de una anterior ofrenda. Allí, una joven madre campesina, pulcramente vestida con sus humildes ropas ,deja su cesto a sus pies para elevar a su pequeño recién nacido a la ventana del altar, situado sobre la gran pila en la que mana el agua del pozo, viéndose colgado de su grifería el cacito que daba de beber a los niños. Le acompaña su marido, situado detrás de ella, que contempla en silencio la emotiva ceremonia con las manos unidas como gesto de recogida de devoción, sosteniendo con ellas su modesto sombrero y unas alforjas. A su lado puede verse una anciana enlutada, seguramente abuela del pequeño, y el sacerdote que acaba de recibir dos sencillos cirios ofrecidos al santo por la familia como humilde exvoto, apresurándose a anotar el óbolo en la libreta que sostiene en las manos. En el primer término puede verse un banco con dos arcas para las limosnas.

Sorolla se detiene a describir con cuidadosa minuciosidad el recodo interior del santuario, revestidas sus paredes de espléndidos azulejos del siglo XVIII, prácticamente ocultos bajo los innumerables exvotos que recubren los muros, ofrecidos por los fieles en agradecimiento a los favores otorgados por el santo, la mayoría de ellos mechones de cabello, en uno de los cuales puede leerse la inscripción que a su vez da título al cuadro, encima de la puerta.

El cuadro está cuidadosamente estructurado, en una composición construida a base de diagonales que se entrecruzan y acentúan la profundidad de este espacio rectangular en el que la perspectiva se indica a través de las baldosas del suelo y mediante los muebles y el altar que se sitúan a la derecha. La luz proviene también de esta zona, desde un punto alto, deteniéndose especialmente en el pañuelo blanco de la muchacha que se halla en el centro de la composición.

El lateral izquierdo queda más en penumbra, ocasión propicia para llevar a cabo el aprendizaje de una lección sobre el sombreado gradual, los intervalos luz-oscuridad y su importancia en la realización y consecución de las formas.

Realmente es una escena de género en la que también se advierte eco de Francisco de Ribera y la pintura naturalista del siglo XVII, siempre interpretada desde un punto de vista más realista, donde el espacio aéreo envolvente sirve para definir el lugar, el carácter y el ambiente. Fue el primer cuadro de Sorolla que tuvo un reconocimiento internacional».

Mercedes Tamara

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