En el verano de 1919, concluida ya la decoración para la Hispanic Society, Sorolla se instala en Pollensa (Mallorca), después de haber pasado por Valencia. En la Cala de San Vicente retomará su obsesión por la luz, experimentando con ella en diferentes versiones de este paisaje con la sierra del Cavall Bernat al fondo.
En ésta, la protagonista, aunque de espaldas, es su hija Elena, que camina sobre las rocas haciendo equilibrios sobre sus tacones, recogiendo su vestido con la mano derecha mientras con la izquierda sostiene un sombrero. Como en otras obras, la figura humana es un apoyo, un pretexto para el verdadero motivo de su interés: la luz, nuevamente un contraluz al atardecer, que hace del agua un espejo de reflejos dorados. Aunque la obra no está probablemente terminada, se aprecia cierta simplificación en las formas y en la composición que revelan la tendencia de Sorolla hacia un arte más sintético, construido a base de grandes planos de color.
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